Les damos la bienvenida a este texto recobrado de Alberto, que se publicó primero en 2018. (Y que, por cierto, también aparecerá pronto en un libro de ensayos, titulado “Este mundo se convierte en otros mundos”. Estén pendientes.)
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Lo desconocido y lo inexplicable están en el origen mismo de la literatura.
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Por una parte, los seres humanos no sabemos exactamente cuándo, cómo ni por qué empezamos a utilizar el lenguaje. La escritura llegó después de la palabra hablada, así que no se conservan testimonios directos de los primeros tiempos de nuestra especie. Existen las narraciones orales, sí, pero su forma se altera de maneras impredecibles con el paso del tiempo y no siempre podemos verificar la información que ofrecen. Como de muchas otras actividades humanas, no hay historias del momento en que comenzamos a utilizar las palabras.
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Por otra parte, lo desconocido y lo inexplicable son también temas de la literatura, de todas las literaturas, desde el origen mismo del lenguaje. Y es así porque los primeros tiempos de la especie humana fueron una época de incógnitas innumerables. Nacemos ignorantes, desprovistos de todo conocimiento. Todo lo que aprendemos después de nacer, todo lo que se nos enseña o podemos averiguar acerca del pasado y el presente de la vida humana, se debe al esfuerzo de incontables hombres y mujeres que han investigado, explorado, descubierto a lo largo de siglos y han dejado constancia de sus hallazgos. ¿Cómo fue el tiempo antes de toda esa acumulación de saberes? Ese comienzo –la prehistoria: el pasado al que sólo pueden llegar las narraciones orales– parece haber sido una época de mucho miedo, de existir entre sobresaltos y horror en un entorno incomprensible. Como escribió H. P. Lovecraft en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, “El miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”.
Sólo el lenguaje, que ya había surgido entre nosotros, nos permitió enfrentar ese miedo. La época en la que no entendíamos nada, cuando apenas empezaba el proceso largo y complicado de buscar explicaciones de las cosas, fue también la época en que empezamos a contarnos historias.
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Algunas de esas historias fueron intentos de explicar el mundo, para volverlo menos atemorizante: los mitos, que fueron la base de las religiones, y que en muchos casos dejan ver la tendencia, sumamente humana, de describir lo que nos rodea estrictamente en relación con nosotros mismos, a partir de lo que entendemos de nosotros mismos.
(“¿Por qué llueve, por qué caen rayos? Porque un ser que es como un hombre caprichoso, de mal carácter, pero además enorme y con grandes poderes, vive en el cielo, o a lo mejor en lo alto de una montaña, y desde allá echa el agua y lanza los relámpagos cuando se le da la gana hacerlo. A los seres que son como él los llamamos dioses, y hay que darles gusto para que no nos hagan daño.” Para ver claramente lo mucho de humano que tienen semejantes personajes se puede ir a las mitologías del pasado, o a versiones contemporáneas como Las bodas de Cadmo y Harmonía de Roberto Calasso, que se deja leer como un drama muy intrincado y emotivo, o quizá –con un poco de humor– como una telenovela.)
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Otras de nuestras historias más antiguas son, por el contrario, historias sobre el miedo. Relatos de terror.
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Aun si no puede encontrar (o inventarse) respuestas, el lenguaje permite lidiar con el miedo manifestándolo: describiéndolo, para que al menos nuestra experiencia del miedo pueda ser compartida. Para sentirnos acompañados, o bien –si tenemos la suerte de vivir en un entorno protegido, pacífico– para darnos el gusto de experimentar la sensación del miedo a sabiendas de que realmente nada va a pasarnos.
Algunas veces, ese miedo viene en historias de las que podríamos llamar, dando la vuelta al título de Lovecraft, horror natural: el que produce lo que podemos ver y comprender con claridad, como la violencia y el sufrimiento. Y a veces, incluso, la descripción de lo horrible ni siquiera tiene como fin crear miedo, sino movernos a la indignación o la piedad. Así ocurre en grandes novelas-reportaje como A sangre fría de Truman Capote o Voces de Chernobyl de Svetlana Alexiévich.
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En cambio, el horror sobrenatural –el gran tema de autores desde Edgar Allan Poe hasta Anna Starobinets– es precisamente lo que no comprendemos. Otra vez, lo desconocido y lo inexplicable.
Aun en esta época, en la que como especie sabemos tanto, narraciones así nos pueden asustar porque como individuos no lo sabemos todo y, de hecho, no podríamos saberlo todo. El conocimiento humano se ha vuelto tan vasto que nadie es capaz de absorberlo por entero. Además, aunque el pensamiento de nuestra época da un gran valor a la razón y el pensamiento científico –a los saberes verificables–, no dejamos, como individuos, de creer en mitos y supersticiones de todo tipo. Las famosas teorías conspiratorias de internet, que sus creyentes adoptan como parte de su misma identidad y los llevan a percibir la realidad de manera a veces muy extraña y peligrosa, son la última encarnación de los mitos del pasado remoto, pues intentan explicar, de modo reconfortante, partes de la existencia que son enigmáticas o insoportables para sus adeptos.
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Además, otras obras parten de nuevas posibilidades del miedo: de aspectos de lo desconocido que se abren precisamente a causa de nuestros nuevos conocimientos. Un ejemplo es la novela Aniquilación de Jeff Vandermeer, adaptada el cine por el director Alex Garland.
Vandermeer es considerado un narrador de weird fiction (narrativa de lo extraño): esa etiqueta puede no decir mucho a quien no esté familiarizado con ella, y de hecho es una entre miles de categorías y marcas comerciales relacionadas con la imaginación fantástica –lo “no real”, lo “no posible”– en el mundo contemporáneo de la edición. ¿Qué la distingue del “steampunk”, el romance “paranormal” o cualquier otro nicho de mercado semejante? La narrativa de lo extraño se superpone un poco con el ya mencionado horror sobrenatural, la novela gótica, la ciencia ficción…, pero su centro es, justamente, la experiencia de lo inexplicable en el mundo contemporáneo, la persistencia del miedo a lo desconocido en un entorno que supuestamente iba a desterrarlo.
La novela de Vandermeer empieza como algo más o menos rutinario en la narrativa especulativa: la investigación de un “área misteriosa” del mundo por parte de un equipo gubernamental (hay novelas, películas y series de televisión con argumentos parecidos desde hace casi cien años). Pero las investigadoras que entran en el área X encuentran algo mucho más perturbador que extraterrestres, sociedades secretas o civilizaciones ancestrales: un entorno repleto de formas de vida mutantes, extrañas, y capaz de invadir los cuerpos humanos y transformarlos, destruir su estabilidad como organismos y también la de sus mentes: su conciencia de sí mismos. La relación entre nuestros cuerpos físicos y nuestro pensamiento no se conocía en tiempos prehistóricos: Vandermeer, como otros autores de nuestra época, toma como punto de partida lo que ya sabemos y al ir más allá inventa o descubre nuevos temores.
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Para acabar, por puro gusto, un ejemplo de lo desconocido que tiene poco que ver con el miedo.
Los textos más antiguos que se conservan provienen del reino de Sumeria, que existió en la región que hoy se conoce como Irak, y datan de hace unos 4,000 años. Entre ellos, además de obras literarias como el Poema de Gilgamesh (la primera narración épica de la que se tiene noticia), hay otros con aspiraciones menos artísticas: por ejemplo, diversos tipos de reportes, hechos por comerciantes para su trabajo cotidiano, que ahora nos permiten conocer los diferentes pasos de la fabricación y la venta de cerveza en Sumeria.
Pero ¿cómo se inventó la cerveza? ¿Quién lo hizo? ¿Cuándo? Eso no se cuenta en ningún lado.
Otro misterio. Nadie sabe, nadie supo, nadie sabrá.
¡Estén pendientes de más artículos y lecturas en voz alta! Y muchas gracias por haber leído este.