Alberto y Raquel

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Los libros de la casa

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Un texto recobrado de Alberto

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Alberto Chimal
nov 29, 2023
∙ De pago
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Los libros de la casa
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Nota de Alberto: Este artículo fue escrito hace diez años para una conferencia de mediadores de lectura. Después lo usé, con algunas modificaciones, para colaborar con un proyecto de investigación académica, para el que varias personas fuimos invitadas a enviar una “biografía lectora” que hablara de nuestros encuentros y descubrimientos con el texto escrito. Ésta es, pues, mi biografía lectora: cómo empecé a leer.

Como les decíamos en otra ocasión, vamos a aprovechar este espacio para ir publicando artículos como este, tanto míos como de Raquel, y en especial aquellos que ya se han quedado medio perdidos en la red (o fuera de ella) tras su primera aparición. También agrego que el problema de salud del que se habla más adelante se dio a partir del año 2013.

Algunos libros de la casa… en la que vivo hoy 🙈

1

Yo nací en la ciudad de Toluca en 1970. Aquel, el siglo XX, realmente era un tiempo distinto: no había computadoras personales ni consolas de juegos ni teléfonos inteligentes ni tabletas. Con un solo televisor y una sola radio para una familia muégano, compuesta de mis abuelos maternos, mi madre y sus hermanos, dos primos/hermanos que llegaron poco después de mí y varios otros parientes que iban y venían, mis mayores comenzaron a leerme libros, sospecho, como una forma de tenerme tranquilo que no interfiriera con el entretenimiento de nadie más.

Y en mis primeros años me leyeron mucho. Si no un gran número de títulos distintos, sí muchas, muchas veces los que sí había. Mi madre y sus hermanas, mis tías, se turnaban. Los libros eran delgados, pequeños cuadernos en realidad, casi todos con un solo cuento infantil: la mayoría, hasta donde puedo recordar, eran adaptaciones muy simplificadas, y con grandes ilustraciones, de las películas de Walt Disney. Nadie me preguntó nunca, hasta donde sé, si hubiese preferido algo diferente, pero la verdad es que yo no tenía idea de que pudiese haber alternativas: los cuentos eran parte de la rutina tranquilizadora de la vida, objetos pequeños que dejaban salir palabras e imágenes y que no se agotaban nunca. Como a muchos otros niños, no me molestaba la repetición de la misma historia, de las mismas palabras, y no estaba buscando novedades, productos diferentes, otros “aspectos” de las mismas experiencias.

2

Cuando pasé al jardín de niños, mis familiares dejaron de leerme.

Supongo que pensaron que las maestras podrían encargarse de continuar con mi educación. Por otra parte, en los jardines de niños no se enseña a leer y, hasta donde puedo recordar, no había tantas historias como yo hubiera deseado. Las actividades manuales me interesaban poco y los deportes menos. Y no dejaba de haber televisión en casa, por supuesto, e incluso tiempo para verla, pero no era lo mismo.

Tampoco es que pueda hacer una diatriba contra la televisión. Sin más historias a mi disposición en casa, sin manera de llenar por mi cuenta ese hueco que tenía en la vida cotidiana, yo aprendí a leer mediante la televisión. ¿Alguien recuerda aquel programa, Plaza Sésamo, versión latinoamericana de uno estadounidense en el que se usaban marionetas y actores? Yo aprendí a leer viendo al Conde Contar, al monstruo Archibaldo y a todos los otros personajes de la serie. No creo haber comenzado a ver el programa con el deseo de aprender a leer, pero el resultado fue el mismo: ya estaba asomándome a los libros para niños de mi casa, y a los otros también, alrededor de mi cuarto cumpleaños.

Y éste fue el momento. El verdadero descubrimiento de los libros, para mí al menos, tuvo lugar cuando ya sabía de su existencia y ya sabía leer: al aventurarme solo en la lectura, al asomarme sin guía a los libros de la casa.

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