Nota de Alberto: la obra de la escritora mexicana Gabriela Rábago Palafox (1950-1995) se ha mantenido en la oscuridad durante décadas luego de su muerte. Hasta hoy, únicamente su novela Todo ángel es terrible (1981) se ha reeditado. La nueva edición apareció en 2021 en la colección Vindictas de la UNAM, con prólogo de Lola Ancira.
Pero el que la obra de Rábago haya tenido estos problemas no significa que no cause interés: todo lo contrario. Antes de 2021 hubo varios intentos previos de reeditarla, que fracasaron por no poder obtener los derechos de la misma, y estoy seguro de que vienen más. Quizá la tenacidad de tanta gente que admira la obra de Rábago llegue a ofrecernos de nuevo todos sus libros.
En 2016, yo escribí, para uno de esos proyectos malogrados, el prólogo que sigue. Aquí se publica por primera vez.
Todo ángel es terrible. Y sin embargo, ay, los invoco
a ustedes, casi mortíferos pájaros del alma, sé quiénes
son ustedes.Rainer María Rilke
La idea de que una obra literaria puede ser “eterna” es, desde luego, una ilusión. Ni siquiera las obras que son recordadas después de su primera publicación –reeditadas, recogidas, archivadas, canonizadas, incluso releídas– tienen garantía alguna de permanecer a perpetuidad entre quienes van naciendo, cada vez más allá de su propio tiempo y su propio entorno, su parcela dentro de su idioma. De hecho, lo opuesto es lo realmente inevitable: ni siquiera los “clásicos” sobreviven para siempre. Tarde o temprano el idioma de cualquier texto se vuelve imposible de leer sin ayuda y necesita traducciones, notas, explicaciones. Tarde o temprano hasta la obra más celebrada se convierte en un artefacto de otra época, para entendidos cada vez más especializados.
Y, por supuesto, hay obras que incluso se saltan la etapa de la incomprensión progresiva y acaban, rápidamente, en el olvido. Llegan antes a la meta, como Jorge Luis Borges hace decir a uno de sus personajes más conmovedores.
Lo anterior vuelve inusitadas, especiales, a las obras llamadas “de culto”, aquellas que son ignoradas desde su propio tiempo, o pierden rápidamente la atención que tuvieron, pero en cualquier caso no son olvidadas de inmediato: que retienen a un grupo pequeño de interesados, como una especie de cofradía secreta que no sólo perdura sino en ocasiones va aumentando de tamaño a lo largo de años y hasta de décadas. Ellos celebran la obra de su adoración, la defienden contra quienes la desprecian o la minimizan, la difunden para conseguirle nuevos fieles.
La idea no es nueva, y a estas alturas es incluso objeto de explotación comercial: ya estamos acostumbrados a que las empresas del entretenimiento global –y en especial las productoras y distribuidoras de cine– alienten la devoción de sus “propiedades intelectuales”, por mediocres que sean, siempre para poder vender mercancía relacionada con ellas.
Sin embargo, el culto de una obra oscura o menospreciada no suele tener su origen en el proyecto de inversión de una gran empresa. Por el contrario, quienes se proponen mantener el recuerdo de tal película que fracasó, del músico que apenas ha sido escuchado, de la novela inencontrable y ninguneada, están seguros de que el mercado, la crítica o las modas de una época no siempre están en lo correcto. Hay injusticias, dicen: accidentes, actos de maldad o de estupidez que privan a las culturas humanas de algo que merecían.
Y a veces, en efecto, las obras de culto merecen ser defendidas. Y a veces la defensa tiene éxito y las trae de vuelta: las ofrece de nuevo a un público más amplio, les da una segunda oportunidad. Cuando llega semejante triunfo, el culto se destruye, al despojarse de su razón de ser, pero no importa: la obra se restituye, al menos por un tiempo, y hasta llega a ser recogida, archivada, canonizada. Releída.
Todo esto importa en el momento de acercarse a la obra de la escritora mexicana Gabriela Rábago Palafox (Ciudad de México, 1950 – San Juan Teotihuacan, 1995) porque Rábago –hay que decirlo– es una autora de culto, y la presente edición es justamente un intento de volver a poner su trabajo en circulación y a la vista de nuevos lectores.
Se habla poco de Gabriela Rábago. Todos sus libros aparecieron entre 1980 y 1991 y, hasta ahora [2016], nunca se habían reeditado. La información que se encuentra sobre su carrera está, salvo muy contadas excepciones, en sitios web no oficiales, en archivos, en diccionarios biográficos compilados hace años. No suele aparecer en los recuentos de autores mexicanos nacidos en los años cincuenta, aunque su obra narrativa, por lo menos, podría discutirse provechosamente en relación con las de varios de ellos, incluyendo a Carmen Boullosa, Laura Esquivel, Emiliano González, Mónica Lavín, Daniel Sada y Alberto Ruy Sánchez. Tampoco apareció en una antología señera: Paisajes del limbo (2001) de Mario González Suárez, que en buena medida comenzó el movimiento de revaloración de los autores mexicanos de culto a comienzos de este siglo, y que ayudó por tanto al rescate exitoso de al menos dos de ellos: Francisco Tario y Pedro F. Miret, hoy bien colocados en el canon mexicano.
Y no es que haya sido una escritora deliberadamente marginal, como muchos que evitan los “canales” comerciales y se desarrollan en la contracultura o en comunidades ajenas a los “centros” de la cultura oficial. Rábago nunca siguió el camino de la publicación underground, modesta en medios y limitadísima en circulación, unas veces capaz de llegar a alturas que una publicación comercial no puede alcanzar y otras simplemente mediocre, protegida de la crítica por su propia inaccesibilidad. Al contrario, toda la información disponible muestra la carrera de una autora que intentaba abrirse paso en el mundo editorial de su momento: destacarse aprovechando las oportunidades a su alcance.
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