Nota de Raquel: este artículo es un inédito de 2014. Lo preparamos para publicarse aquí mientras nos llegan noticias de Culiacán, Sinaloa, y las personas encerradas en su propia ciudad desde hace días debido a la violencia del narcotráfico. Las cosas no han cambiado tanto desde que escribí acerca de los monstruos de la verdad y de la ficción, y quizá se han puesto peor. Sigan leyendo para enterarse de por qué creo que los monstruos pueden sernos útiles.
Uno de los muchos clichés de la actualidad es este: No hay monstruo de la ficción que pueda dar más miedo que uno de la vida real. En México la frase –palabras más, palabras menos– se repite muchísimo; por lo general un político, un sicario del narco o un policía ocupan la parte del monstruo de la vida real.
Yo se lo he escuchado o leído incluso a personas que se consideran aficionadas muy fervientes del cine o la literatura de horror, y en algunos casos creo que, por extraño que pudiera parecer, lo creen de verdad. Puede ser (sospecho) que las historias y personajes que más encantan a esas personas no son tan terribles: que son en realidad figuras graciosas o incluso encantadoras.
Por ejemplo, están los vampiros de Crepúsculo, que por supuesto son más personajes de melodrama o cuando mucho de película de acción. Están también los mashups de dibujantes aficionados –seguro ya se los han enviado por redes sociales– que combinan a los dioses malignos de H. P. Lovecraft con Hello Kitty, a los daleks de Doctor Who con The Big Bang Theory, etcétera.
Por ejemplo, yo misma escribo estas palabras mientras en la tele se ve Monsters University, que a pesar de su título es como un larguísimo comercial de muñecos de plástico de colores, todos simpáticos y tiernos. Muchas figuras que en otras épocas habrían sido terribles están desgastadas por la sobreexplotación comercial: por la repetición de sus historias y de los intentos de encontrarles alguna novedad sin cambiarlos demasiado.
Así que la palabra monstruo está un poco devaluada.
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